Cobran importancia estrategias como el reshoring, el friend-sourcing y la circularidad, entre otros
En 2014, Ti Insight publicó un libro blanco titulado (de forma reveladora) “¿Están muertas las cadenas de suministro globales?”. El documento advertía: “…ya se están produciendo grandes cambios en la dinámica de la economía mundial, las cadenas de suministro y la logística. En los próximos 20 años la industria experimentará un cambio sistémico, y todos los actores deberán ser lo suficientemente ágiles para responder… A largo plazo no es viable centrarse en los flujos globales de carga cuando ya se está empezando a producir el reverso de esta tendencia”. En aquella época, estas opiniones se consideraban heréticas.
Ahora, con la política comercial de Trump, el libro parece cobrar aún más sentido. Pero para Ti, en realidad, la crisis lleva décadas gestándose y puede remontarse desde la Gran Recesión de 2008 hasta la adhesión de China a la Organización Mundial del Comercio, e incluso más allá. Durante este tiempo, las instituciones transnacionales creadas tras la Segunda Guerra Mundial para gestionar de forma ordenada y eficiente el comercio, las finanzas, el derecho, la seguridad, la sanidad y el transporte internacionales (entre otros) han ido sufriendo presiones. Según la publicación aunque la globalización facilitada por estas instituciones (a la que contribuyeron el transporte marítimo en contenedores y las redes mundiales de datos) benefició a algunos sectores de la sociedad, pero “también supuso un ‘vaciamiento’ de la industria occidental, ya que los puestos de trabajo y los conocimientos técnicos se posicionaron en Asia”.
Esto, explica Ti dejó a Occidente en una situación de vulnerabilidad crítica frente a los riesgos de la cadena de suministro global, un hecho que quedó plenamente demostrado con la pandemia de Covid-19, cuando las cadenas de suministro se rompieron y los puertos estadounidenses se vieron desbordados por la demanda de bienes de consumo. Al mismo tiempo, China (y otros mercados emergentes) han utilizado la riqueza que han amasado gracias a la globalización para perseguir sus propias agendas políticas, lo que en lugar de acercarlos a Occidente (como era la esperanza), ha creado nuevas hegemonías y tensiones geopolíticas. También ha hecho que Norteamérica y Europa dependan de un adversario estratégico.
Los cambios llegan tarde
Según Ti el Presidente “Trump ha abordado la cuestión que otros innumerables políticos han evitado. Aunque mucha gente cree (especialmente quienes tienen intereses creados) que no hay necesidad de reformar el orden mundial existente, esta postura es cada vez más difícil de justificar”.
En tanto en Europa, indica la publicación, el Brexit; la dependencia del gas ruso; la respuesta a la pandemia del Covid-19; el exceso de regulación; el estancamiento económico; la vulnerabilidad de la defensa; el desempleo y el auge del populismo sugieren que las estructuras políticas y económicas existentes no han servido bien ni a las personas ni a las empresas. Incluso la Comisión Europea reconoce que son necesarios cambios y el Primer Ministro del Reino Unido, Sir Keir Starmer, ha reconocido que “el mundo ha cambiado, la globalización ha terminado y ahora estamos en una nueva era”.
Aunque este reconocimiento tardío de la necesidad de un cambio urgente es bienvenido, ha llegado demasiado tarde para evitar el hundimiento de los mercados mundiales o para proporcionar confianza a las empresas. ”Esta observación no se hace en retrospectiva, ya que no han faltado voces que han señalado la debilidad del modelo y han reclamado cambios, tanto en Occidente como en los mercados emergentes”, apunta Ti.
En concreto, Ti afirma que se necesitan estrategias matizadas de la cadena de suministro para hacer frente al complejo panorama político, económico y de seguridad que se desarrolla. Esto implicaría la aplicación del reshoring, el near-sourcing, el friend-sourcing, la autonomía estratégica, la circularidad, el apoyo industrial y la inversión en tecnologías de la Cuarta Revolución Industrial. También se requiere de inversiones en energía, de Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) e infraestructuras de transporte, así como -y esto es fundamental- en educación y formación.
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